Prólogo

Jonna AK Mazet, DVM, MPVM, PhD
Profesor de Epidemiología y Ecología de las Enfermedades
Director, One Health Workforce - Next Generation de la División de Amenazas Emergentes de USAID
Director Emérito, Proyecto PREDICT de la División de Amenazas Emergentes de USAID
Junta directiva del Proyecto Global Virome

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Imagina una enfermedad vírica que surge de forma totalmente misteriosa, como de la nada y asola a toda la población mundial. Cada rincón del planeta está siendo severamente afectado - perdemos a nuestros seres queridos, nuestro sustento está comprometido y sobre nuestras vidas se cierne un halo de ansiedad y tristeza que nos conduce a las teorías de la conspiración y al aumento de la tensión social...

Por desgracia, no tenemos que imaginarnos este panorama. Podríamos pensar que se trata del guion de una horrible película de suspense, pero es la situación en la que hemos vivido la mayoría de nosotros durante gran parte de 2020. Los estragos de esta pandemia van más allá de lo tangible, y han dividido a los distintos afectados en una escala sin precedentes - desde las naciones colaboradoras hasta lo que antes eran familias felices. Lamentablemente, nuestra naturaleza humana nos conduce a no dar crédito a la magnitud de la amenaza. Intentamos identificar a los malos de la película y apuntamos con el dedo a unos enemigos lejanos o a aquellos que podrían haber prevenido el problema con unos planes más elaborados o haber frenado el recorrido del virus mediante las actuaciones necesarias encaminadas a salvar vidas.

Aunque puede resultar difícil de imaginar que todo esto podría haber sido mucho peor, cabe preguntarse si nuestra respuesta habría sido la misma si el coronavirus SARS-CoV-2 hubiese sido ligeramente más virulento y hubiese afectado por igual a los más fuertes y a los más débiles, a los de más edad y a los más jóvenes o a los más ricos y a los más pobres. ¿Qué hubiese ocurrido si el virus hubiese saltado a los animales de abasto como ocurrió en granjas de visones, por ejemplo, y hubiese puesto en peligro nuestra seguridad alimentaria? Aunque remotas, estas posibilidades siguen estando presentes a medida que seguimos luchando en nuestro intento de controlar la pandemia de la COVID-19. Lo que no supone una remota posibilidad y no debería ser relegado al terreno de las pesadillas y películas de miedo es el hecho de que existen virus con este potencial, no los hemos detectado y permanecen descontrolados en gran medida.

Por todo ello, se podría afirmar que está aumentando la frecuencia de aparición de enfermedades mortales. La mayoría de los patógenos que las provocan tienen su origen en hospedadores animales y no en humanos. De hecho, alrededor de tres nuevos organismos patógenos pasan de los hospedadores animales al ser humano cada año debido al aumento de la población humana y a los cambios en la forma en la que gestionamos el planeta, incluyendo la interacción con los animales salvajes. Incluso antes de la pandemia COVID-19, aproximadamente 1.000 millones de personas cada año sufrían enfermedades causadas por patógenos compartidos con animales; se puede decir que han fallecido millones. Pero estos fallecimientos son solamente atribuibles a los patógenos que estamos diagnosticando. Este problema se intensifica en un mundo cada vez más interconectado, con un mayor número de desplazamientos e intercambios comerciales que ponen a disposición de los nuevos patógenos todas las vías necesarias para alcanzar cualquier ciudad importante del planeta en un plazo de 72 horas desde su aparición.

Resulta alarmante pensar que únicamente hemos descrito unos 250 virus que cruzan la barrera interespecífica para infectar a los humanos. Pero podemos estimar con rigor que hay 500.000 más sin diagnosticar ni caracterizar, por no hablar de los que pueden afectar a los animales de abasto y suponer una amenaza para nuestra cadena alimentaria. Así pues, resulta fundamental contar con la experiencia que acumula la comunidad veterinaria y que se encuentra a caballo entre la salud humana y la animal. Por poner un ejemplo, cuando solo se conocía un puñado de coronavirus humanos, ya se habían identificado cientos de ellos en animales. De hecho, la medicina veterinaria identificó a los coronavirus como patógenos importantes tres décadas antes de que el primer coronavirus humano fuese caracterizado. Más recientemente, las labores de diagnóstico e investigación en animales proporcionaron una información esencial ante la posible aparición de una Enfermedad X, teniendo en cuenta a los coronavirus como objetivo clave en la investigación y vigilancia, así como la identificación de los posibles focos de emergencia. Una vez ocurrida dicha emergencia, la lucha contra la COVID-19 se benefició de estas acciones previas, identificando el posible origen evolutivo del virus, las vías de transmisión de alto riesgo y, con ello, los objetivos para controlar la exposición en curso y las cepas de coronavirus sobre las que se pueden probar las nuevas terapias e identificar los objetivos de la vacuna.

Existe una amenaza real en cuanto a que otro patógeno no diagnosticado sea el causante de la nueva Enfermedad X, como lo demuestra el SARS-CoV-2, pero no nos tiene que coger desprevenidos. Podemos conseguir reducir el riesgo gracias a las inversiones en curso en salud animal y medioambiental -ampliando y destacando la importancia que tiene el papel de los veterinarios en las mismas.

En primer lugar y de forma inmediata, tenemos que adaptar nuestro planteamiento de enfermedad infecciosa emergente a un punto de vista más proactivo, en lugar de reactivo o más bien orientado a la respuesta. Solamente a través de la colaboración entre disciplinas múltiples y esenciales que trabajan de forma profesional podremos desarrollar la estrategia necesaria, mirando al futuro para prevenir y estar preparados. En resumen, debemos adoptar un enfoque One Health (Una sola salud). Dicho de otra manera, debemos emplear un enfoque colaborativo, multisectorial y multidisciplinar en la resolución de problemas sanitarios, trabajando a escala local, regional, nacional e internacional, reconociendo la interconexión entre humanos, animales, plantas y su medio ambiente común. Los veterinarios han sido los motores de este enfoque desde el diseño de este concepto, reconociendo la importancia de la interconexión de los sistemas del planeta. Por desgracia, antes de la pandemia de la COVID-19 eran pocos los que lo conocían o aplicaban. Debemos aprovechar la oportunidad que esta situación devastadora, por desgracia, nos ha brindado y trabajar de forma más eficaz para conseguir un mejor y más saludable futuro.

Las zoonosis, es decir, las enfermedades compartidas entre humanos y animales, no son los únicos problemas sanitarios no controlados que pueden suponer una amenaza para la vida tal y como la conocemos. Las consecuencias del cambio climático están afectando y afectarán a las poblaciones de todos los organismos del planeta. Otra de las amenazas de la pesada huella de los seres humanos es el uso excesivo de antibióticos, lo cual provoca resistencias antimicrobianas. Nuestra comunidad veterinaria tendrá que enfrentarse a estas y otras amenazas, intentando por todos los medios proteger la abundante y segura cadena alimentaria.

Los programas de control en las poblaciones animales pueden proporcionar información esencial y constituir sistemas de detección precoz decisivos, ya que muchas poblaciones animales son centinelas sensibles al impacto de los ecosistemas cambiantes. De igual forma, la bioseguridad y el control de enfermedades en animales domésticos sirven para proteger la cadena alimentaria, así como para prevenir el establecimiento de nuevos reservorios de enfermedades zoonóticas.

Finalmente, los veterinarios y los epidemiólogos de One Health son probablemente los mejor equipados para enfrentarse a la investigación de brotes que conllevan un componente animal, teniendo en cuenta la formación requerida en sistemas comparativos para tratar los patógenos en múltiples hospedadores con un factor medioambiental que provoca su emergencia. Un buen ejemplo de ello es que el propio responsable del Centro Chino para el Control y la Prevención de Enfermedades, el doctor George Fu Gao, es veterinario.
En efecto, el papel del veterinario en la detección precoz de los patógenos es primordial. A menudo, los organismos causantes de enfermedades que viven fuera de su hospedador evolutivo encuentran un nuevo nicho en otro hospedador animal susceptible, donde pueden multiplicarse y desarrollarse como una fuente de infección para otras especies más susceptibles, como los humanos. Un buen ejemplo es el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS), que con toda seguridad evolucionó en una especie de murciélago antes de invadir a los camellos e infectar a los cuidadores de los mismos. Por tanto, es esencial intensificar la vigilancia en los hospedadores intermediarios potenciales y en aquellos que pueden convertirse en vehículos mixtos para los patógenos mortales y, con ello, trasladar nuestros sistemas de control de centinelas desde los humanos hacia adelante. El beneficio añadido de ser conscientes y estar preparados para un posible salto a otra especie es que las prácticas de comportamiento que facilitan la transmisión y la diseminación pueden ser identificadas de manera precoz y ser mitigadas, quizás evitando la enfermedad en humanos en su conjunto. Sabemos que es posible identificar a casi todos los virus potencialmente zoonóticos en sus hospedadores animales antes de que infecten a la especie humana y que sería mucho menos costoso que una sola epidemia y representaría solo una pequeña fracción del costo de la pandemia de la COVID-19 (<0,01%).
Si aplicáramos el enfoque One Health en toda su extensión, nuestro planeta podría ser más seguro para la población humana y animal. Con este fin, las comunidades de medicina humana y veterinaria deben trabajar de forma conjunta y transmitir un único mensaje al aconsejar a los gobiernos sobre el diseño del control sanitario, la prevención y los sistemas de respuesta. Igualmente importante es el trabajo necesario para generar la voluntad política necesaria para que los legisladores y, por tanto, el público, confíen en que sea la ciencia quien informe de la prevención de las enfermedades y de las medidas de control. Por ello, es primordial la investigación conjunta que implique a múltiples disciplinas y diseñe recomendaciones para su implementación. Estos objetivos se han descrito e incluso recomendado durante más de dos décadas, pero las estructuras gubernamentales herméticas y la falta de sentido interdisciplinar han dificultado su progreso. ¿Será capaz esta pandemia de estimular un cambio de actitud por sí sola?
Los hechos demuestran que cuando nos hemos enfrentado ante una tragedia abrumadora como esta, los científicos de todas las disciplinas se han mostrado a favor de estar en contacto con otros campos para compartir datos y hacer que la información llegue rápidamente a la población sin preocuparse tanto por los méritos. Si nosotros, como veterinarios, esperamos un óptimo comportamiento de nuestros líderes políticos, deberíamos servir de modelo con nuestro propio trabajo y llegar a cada uno de nosotros para poder colaborar más allá de los límites de las disciplinas y las fronteras geopolíticas. Los veterinarios también debemos convertirnos en expertos en análisis y comunicación de riesgos si queremos que el público entienda y siga los hallazgos científicos relacionados con los animales y su papel en la sociedad y la salud. Es imprescindible que esta labor continúe tras la pandemia puesto que la próxima Enfermedad X está a la vuelta de la esquina.

Ahora imagínate un mundo distinto al actual, en el cual se han llevado a cabo las investigaciones necesarias para identificar los patógenos que suponen una amenaza y las causas probables de su transmisión antes de que aparezcan los primeros síntomas de la enfermedad. Gracias a la colaboración con profesionales de otras disciplinas, los veterinarios han realizado estudios de transmisión interespecífica y han identificado los patógenos de alto riesgo y los hospedadores para poder realizar un seguimiento posterior. Estos estudios también han permitido identificar las dianas de las vacunas panvirales y han fomentado que los planes terapéuticos y de diagnóstico se pongan en marcha de inmediato. Se han establecido y preparado redes de laboratorios que incluyen los sectores público, privado y académico para ofrecer una mayor capacidad en la realización de pruebas frente a los nuevos patógenos. Los líderes políticos han sido informados y han depositado su confianza en la ciencia; por ello, han llevado a cabo acciones multisectoriales para estar completamente preparados frente al peor escenario posible al mismo tiempo que han implementado planes de comunicación de riesgos para prevenir la gran mayoría de casos. Este enfoque holístico y la planificación llevada a cabo han dado lugar a un sistema de emergencias integrado que articula de forma eficaz los diferentes ministerios y expertos necesarios, ofreciendo un nivel de preparación y cooperación entre sectores sin precedentes hasta ahora. Los gobiernos nacionales han identificado de forma preliminar los grupos de trabajo multidisciplinares dentro de sus fronteras y han nombrado a expertos que están preparados para implementar y optimizar los planes de actuación internacionales. A pesar de todas las actividades de reducción de riesgos, un patógeno consigue escapar del hospedador animal salvaje y llega a los animales domésticos. ¿Qué ocurre? Se identifica y el sistema entra en acción para bloquear la transmisión, mientras el mundo se pone en alerta ante los casos adicionales que parecen haber escapado del control local. ¿Qué no ocurre? Una pandemia.

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